Los cimientos del Buddhismo son las Cuatro Nobles Verdades, a saber: el Sufrimiento (la razón de ser del Buddhismo); su Causa, es decir, el ansia; su final, es decir el Nibbāna (el summum bonum del Buddhismo); y el Camino Medio.

¿Cuál es la Noble Verdad del Sufrimiento?

“Nacer es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, estar unido a lo desagradable es sufrimiento, estar separado de lo agradable es sufrimiento, no recibir lo que uno desea es sufrimiento, en resumen, los Cinco Agregados del Apego son sufrimiento”.

¿Cuál es la Noble Verdad de la Causa del Sufrimiento?

“Es el ansia lo que nos lleva de renacimiento en renacimiento, acompañado de la avidez y la pasión, que nos deleitan ahora aquí, ahora allá; es el ansia de los placeres sensuales (kāmataṇhā), de la existencia (bhabataṇhā)[1] y de la aniquilación (vibhavataṅhā)[2]”.

¿Cuál es la Noble Verdad de la Cesación del Sufrimiento?

“Es la ausencia de cualquier residuo, es la cesación total de este mismo ansia, el abandono de éste, la ruptura definitiva, la huida, la liberación de él”

¿Cuál es la Noble Verdad del Camino que lleva a la Cesación del Sufrimiento?

“Es el Noble Óctuple Sendero que consiste en el Recto Entendimiento, el Recto Pensamiento, la Recta Palabra, la Recta Acción, el Recto Medio de Vida, el Recto Esfuerzo, la Recta Atención y la Recta Concentración.”

Se presenten o no los Buddhas, estas Cuatro Verdades existen en el universo. Los Buddhas sólo revelan estas Verdades que permanecen escondidas en el abismo oscuro del tiempo.

Interpretado científicamente, el Dhamma puede llamarse la ley de causa-efecto. Estos dos abarcan el corpus completo de las Enseñanzas del Buddha.

Las tres primeras representan la filosofía del Buddhismo; la cuarta representa la ética del Buddhismo, basada en esta filosofía. Estas cuatro verdades son dependientes de este corpus mismo. El Buddha afirma: “En este corpus de una braza de largo, junto con las percepciones y los pensamientos, yo proclamo el mundo, el origen del mundo, el fin del mundo y el camino que lleva al fin del mundo”. Aquí, el término “mundo” es aplicado a “sufrimiento”.

El Buddhismo descansa sobre el eje del dolor. Pero de aquí no debe inferirse que el Buddhismo es pesimista. Ni es totalmente pesimista ni es totalmente optimista sino que, por el contrario, enseña que la verdad descansa a mitad de camino entre ambos extremos. Podría encontrarse justificación en llamar al Buddha pesimista si sólo hubiera enunciado la Verdad del Sufrimiento sin sugerir un medio para ponerle fin. El Buddha percibió la universalidad del dolor y prescribió una receta para este mal universal de la humanidad. La mayor felicidad imaginable, según el Buddha, es el Nibbāna, que es la total extinción del sufrimiento.

El autor del artículo sobre pesimismo en la Enciclopedia Británica escribe: “El Pesimismo denota una actitud de desesperanza hacia la vida, una vaga opinión general de que el dolor y el mal predominan en los asuntos humanos. La doctrina original del Buddha es tan optimista como cualquier optimismo en occidente. Llamarla pesimismo es simplemente aplicarle un principio característicamente occidental por el cual la felicidad es imposible sin personalidad. El verdadero buddhista espera con entusiasmo ser absorbido en la felicidad eterna.”

Normalmente, el disfrute de los placeres sensuales es la mayor y única felicidad del hombre medio. No hay duda respecto al tipo de felicidad momentánea que suponen la expectativa, la satisfacción y la rememoración de tan efímeros placeres materiales, pero son ilusorios y temporales. Según el Buddha, el no-apego es una felicidad aún mayor.

El Buddha no espera que sus seguidores estén constantemente reflexionando sobre el sufrimiento de modo que eso les conduzca a una miserable vida infeliz. Les exhorta a estar siempre felices y alegres porque el entusiasmo (pīti) es uno de los factores de la Iluminación.

La felicidad real se encuentra en el interior y no se define en términos de riqueza, hijos, honor o fama. Si tales posesiones están mal utilizadas, son obtenidas injustamente o por la fuerza, son malversadas o incluso vistas con apego, serán una fuente de infelicidad y dolor para sus poseedores.

En lugar de intentar racionalizar el sufrimiento, el Buddhismo lo da por hecho y busca la causa para erradicarlo. El sufrimiento existe en tanto que existe el ansia. Sólo puede ser aniquilado recorriendo el Noble Óctuple Sendero y alcanzando el éxtasis supremo del Nibbāna.

Estas cuatro Verdades pueden ser verificadas mediante la experiencia. Por lo tanto, el Dhamma no se basa en el miedo a lo desconocido, sino que se fundamenta en los hechos que pueden ser testados por nosotros mismos y verificados por la experiencia. El Buddhismo es, por lo tanto, racional e intensamente práctico.

Un sistema tan racional y práctico no puede contener misterios o doctrinas esotéricas. La fe ciega, por lo tanto, es ajena al Buddhismo. Donde no hay fe ciega no puede haber ninguna coerción, persecución o fanatismo. En favor del Buddhismo, debe decirse que a lo largo de su pacífica marcha de 2500 años no se ha derramado ni una sola gota de sangre en nombre del Buddha, ningún monarca poderoso blandió su espada para propagar el Dhamma y ninguna conversión fue llevada a cabo por la fuerza o métodos repulsivos. Es más, el Buddha fue el primer y más grande misionero que vivió en la Tierra.

Aldous Huxley escribe: “Única entre todas las grandes religiones del mundo, el Buddhismo se abrió paso sin persecución, censura o inquisición”.

Lord Russell señala: “De las grandes religiones de la Historia, prefiero el Buddhismo, especialmente en sus formas tempranas; porque ha tenido el menor elemento de persecución.”

En el nombre del Buddhismo ningún altar se tiñó de rojo con la sangre de una Hypatia[3], ningún Bruno[4] fue quemado vivo.

El Buddhismo apela más al intelecto que a la emoción. Se preocupa más por el carácter de los devotos que por su tamaño numérico.

En una ocasión, Upali, un seguidor de Nigantha Nataputta, se aproximó al Buddha y quedó tan satisfecho con su exposición del Dhamma que instantáneamente expresó su deseo de convertirse en seguidor del Buddha. Pero el Buddha le previno diciendo:

“De verdad, hombre de la casa, haz un examen a consciencia. Es bueno para un hombre distinguido como tú hacer (primero) un análisis meticuloso”.

Upali, rebosante de alegría ante esta inesperada observación del Buddha, dijo: “Señor, si hubiese sido seguidor de otra religión, sus seguidores me habrían llevado por las calles en procesión proclamando que tal y cual millonario había renunciado a su antigua fe y abrazado la suya. Pero Señor, Su Reverencia me aconseja que investigue más. Estoy aún más satisfecho con esta observación suya. Por segunda vez, Señor, busco refugio en el Buddha, el Dhamma y el Sangha”.

El Buddhismo está imbuido de este espíritu de libre investigación y completa tolerancia. Es la enseñanza de la mente abierta y el corazón comprensivo que, iluminando y dando calor a todo el universo con su doble rayo de sabiduría y compasión, derrama su genial resplandor sobre todos los seres que luchan en el océano del nacimiento y la muerte.

El Buddha fue tan tolerante que ni siquiera ejerció su poder para dictar mandamientos a sus seguidores laicos. En lugar de usar imperativos, decía: “Os corresponde hacer esto… no os corresponde hacer aquello”. En lugar de imponer, exhortó.

El Buddha extendió esta tolerancia a los hombres, mujeres y todas las criaturas vivientes.

Fue el Buddha el primero que intentó abolir la esclavitud y en protestar de forma vehemente contra el degradante sistema de castas que estaba enraizado firmemente en tierras de la India. Según la palabra del Buddha, no es por mero nacimiento por lo que uno es paria o noble, sino por las propias acciones. La casta o color no excluye a nadie de convertirse en buddhista o de entrar en la Orden. Pescadores, personas que hurgan en la basura, cortesanas, junto con guerreros y brahmanes, fueron libremente admitidos en la Orden y disfrutaron de iguales privilegios a la vez que les fueron otorgadas las mismas posiciones de rango. Upali el barbero, por ejemplo, fue el preferido sobre todos los demás para ser el responsable de los asuntos relativos a la disciplina Vinaya. El tímido Sunita, basurero, que alcanzó el status de Arahant, fue admitido por el Buddha mismo en la Orden. Angulimala, el ladrón y criminal, se convirtió en un santo compasivo. El temible Alavaka buscó refugio en el Buddha y llegó a ser un santo. La cortesana Ambapali entró en la Orden y alcanzó el estatus de Arahant. Tales ejemplos se multiplican fácilmente en el Tipiṭaka para mostrar que las puertas del Buddhismo estaban ampliamente abiertas a todos, independientemente de casta, color o rango.

Fue también el Buddha quien elevó el estatus de mujeres oprimidas y no sólo les hizo ser conscientes de su importancia en la sociedad sino que también fundó la primera orden religiosa célibe para mujeres con normas y regla.

El Buddha no humilló a las mujeres, sino que sólo las consideraba de naturaleza más débil. Vio el bien innato tanto de hombres como mujeres y les asignó un lugar adecuado en sus Enseñanzas. El sexo no es una barrera para alcanzar la santidad.

En ocasiones, el término pali usado para denominar a las mujeres es “mātugāma” que significa rebaño o sociedad de madres. Como madre, la mujer ocupa un honorable lugar en el Buddhismo. Incluso la esposa es contemplada como la “mejor amiga” (paramā sakhā) de su marido.

Las críticas apresuradas son sólo afirmaciones ex parte cuando tachan al Buddhismo de ser enemigo de las mujeres. Aunque al principio el Buddha rechazó admitir a las mujeres en la Orden sobre bases razonables, más tarde cedió a las súplicas de su madre adoptiva Pajapati Gotami, y fundó la Orden Bhikkhunī. Al igual que los Arahants Sariputta y Moggallana fueron nombrados discípulos principales en la Orden de Monjes, así, el Buddha señaló a las Arahants Khema y Uppalavanna como las dos discípulas principales femeninas. Muchas otras mujeres discípulas fueron también nombradas por el Buddha mismo como distinguidas y piadosas seguidoras suyas.

En una ocasión, el Buddha dijo al rey Kosala, quien estaba disgustado al enterarse de que el hijo que esperaba había sido una niña: “una niña, oh señor de los hombres, puede demostrar ser incluso mejor descendiente que un varón.”

Muchas mujeres, que de otra manera habrían caído en el olvido, hicieron por distinguirse de varias maneras y obtuvieron su emancipación siguiendo el Dhamma e ingresando en la Orden. En esta nueva Orden, que posteriormente demostró ser una gran bendición para muchas mujeres -reinas, princesas, hijas de nobles familias, viudas, madres desconsoladas por el hijo muerto, mujeres indigentes, cortesanas lastimosas- todas, a pesar de su casta o rango, encontraron una plataforma común, disfrutaron de perfecto consuelo y paz, y respiraron esa atmósfera libre que se niega a aquellas enclaustradas, ya sea en cabañas o en mansiones palaciegas.

Fue también el Buddha quien prohibió el sacrificio de pobres animales y aconsejó a sus seguidores que extendieran su amor benevolente (mettā) a todos los seres vivientes -incluso a las más pequeñas criaturas que se arrastran a nuestros pies-. Nadie tiene el poder o el derecho de destruir la vida de otro, ya que la vida es preciosa para todos.

Un auténtico buddhista ejercería este amor hacia todo ser viviente y se identificaría con todos, sin hacer ninguna distinción fueren los que fueren casta, color o sexo.

Es este mettā buddhista el que intenta romper todas las barreras que nos separan a unos de otros. No existe razón para mantenerse distante de otros simplemente porque pertenezcan a otra creencia o sean de otra nacionalidad. En ese noble Edicto de Tolerancia que está basado en los Suttas Culla-Vyūha y Mahā-Vyūha el emperador Asoka dice: “Así, el contacto es lo correcto. Por esta razón, que no sólo escuchen, sino que deseen escuchar cada uno la doctrina del otro.”

El Buddhismo no está confinado a ningún país o a ninguna nación en particular. Es universal. No es nacionalismo que, en otras palabras, es otra forma de sistema de castas fundada en una base más amplia. El Buddhismo, si se permite decirlo así, es supra-nacionalismo.

Para un buddhista no hay lejos ni cerca, ni enemigo ni forastero, ni renegado ni intocable, dado que el amor universal al que se llega por el conocimiento ha establecido la hermandad de todos los seres vivos. Un buddhista real es un ciudadano del mundo. Considera el mundo entero como su patria y a todos como sus hermanos y hermanas.

El Buddhismo es, por lo tanto, único, principalmente por su tolerancia, no agresividad, racionalidad, carácter práctico, eficacia y universalidad. Es la más noble de todas las influencias unificadoras y la única palanca que puede sostener el mundo.

Éstas son algunas de las características más sobresalientes del Buddhismo y, de entre algunas de las doctrinas fundamentales, pueden mencionarse: el Kamma o Ley de la Causación Moral, la Doctrina del Renacimiento, Anattā y Nibbāna.

[1] Ansia asociada con Eternalismo (Sassatadiṭṭhi)

[2] Ansia asociada con Nihilismo (Ucchedadiṭṭhi)

[3] Nota del traductor: Hypatia de Alejandría.

[4] Nota del traductor: Giordano Bruno