Tampoco es una religión en el sentido en que se entiende comúnmente esta palabra, dado que no es “un sistema de fe y culto que suponga lealtad alguna a ningún ser sobrenatural”.

El Buddhismo no demanda fe ciega a sus adeptos. Aquí, la mera creencia es destronada y sustituida por la confianza basada en el conocimiento que, en Pali, se conoce como saddhā. La confianza depositada por un seguidor en el Buddha es como la de una persona enferma en un noble médico, o un estudiante en su profesor. Un buddhista busca refugio en el Buddha porque fue él quien descubrió el Camino de la Liberación.

Un buddhista no busca refugio en el Buddha con la esperanza de ser salvado por la purificación personal del Buddha. El Buddha no da tal garantía. No está dentro de la capacidad del Buddha limpiar las impurezas de otros. Nadie podría ni purificar ni corromper a otro.

El Buddha, como Maestro, nos instruye, pero somos nosotros mismos los directamente responsables de nuestra purificación.

Aunque un buddhista busque refugio en el Buddha, no hace ninguna auto-entrega. Tampoco un buddhista sacrifica su libertad de pensamiento convirtiéndose en seguidor del Buddha. Puede ejercer su propio libre deseo y desarrollar su conocimiento incluso hasta el punto de convertirse él mismo en un Buddha.

El punto de partida del Buddhismo es razonar o comprender o, en otras palabras, sammā-diṭṭhi.

A los que buscan la verdad, el Buddha les dice:

“No aceptéis nada de oídas -(esto es, pensando que lo hemos oído desde siempre)-.

No aceptéis nada por mera tradición -(esto es, pensando que ha sido transmitido así a través de muchas generaciones)-.

No aceptéis nada por la mera existencia de rumores -(esto es, creer en lo que otros dicen sin hacer comprobaciones)-.

No aceptéis nada simplemente porque coincida con vuestra religión.

No aceptéis nada por mera suposición.

No aceptéis nada por mera inferencia, por mera deducción.

No aceptéis nada considerando simplemente las razones.

No aceptéis nada simplemente porque esté de acuerdo con vuestras nociones preconcebidas.

No aceptéis nada simplemente porque os parezca aceptable -(esto es, pensar que porque un orador parezca bueno debería aceptarse su palabra)-”.

“Pero cuando tengáis conocimiento por vosotros mismos de que -esto es inmoral, esto es indigno, esto lo censura la prudencia o el juicio, esto, cuando se hace o se asume, lleva a la ruina y al sufrimiento- entonces, rechazadlo de verdad.”

“Cuando sepáis por vosotros mismos que -estas cosas son morales, son intachables, son alabadas por la prudencia y por el juicio, estas cosas, cuando se hacen o se asumen, conducen al bienestar y a la felicidad- entonces, vivid actuando en consecuencia.”

Estas estimulantes palabras del Buddha retienen todavía su fuerza y frescura originales.

Aunque en el Buddhismo no se de la fe ciega, uno podría discutir si hay o no culto a las imágenes y otros objetos.

Los buddhistas no rinden culto a las imágenes esperando favores espirituales o terrenales, sino que rinden reverencia a lo que representan.

Un buddhista consciente, al ofrecer incienso y flores a una imagen, trata de sentir intencionadamente que está en presencia del mismo Buddha para, en consecuencia, obtener inspiración de su noble personalidad e inhalar su compasión ilimitada, intentando seguir su noble ejemplo.

El Árbol Bodhi es también un símbolo de Iluminación. Estos objetos externos de reverencia no son absolutamente necesarios, sino que son útiles en la medida en que tienden a facilitar nuestra concentración. Una persona docta podría prescindir de ellos ya que fácilmente podría fijar su atención y visualizar el Buddha.

Por nuestro propio bien, y por gratitud, hacemos tal muestra externa de respeto, pero lo que el Buddha espera de su discípulo no es tanto reverencia como observancia real de sus Enseñanzas. El Buddha dice: “Me honra más quien mejor practica mis enseñanzas. El que sigue el Dhamma, me sigue a mí”.

Con respecto a las imágenes, sin embargo, Count Hermann Keyserling señala: “No veo nada más grande en este mundo que la estatua del Buddha. Es una encarnación absolutamente perfecta de espiritualidad en la esfera visible”.

Más aún, debe mencionarse que no existen oraciones de petición ni de intercesión en el Buddhismo. Por mucho que podamos rezarle al Buddha, no seremos salvados. El Buddha no concede favores a aquellos que le rezan. En lugar de oraciones de petición existe la meditación, que lleva al auto control, purificación e iluminación. La meditación no es ni un ensueño silente ni mantener la mente en blanco. Se trata de un esfuerzo activo. Sirve como tónico tanto para el corazón como para la mente. El Buddha no sólo habla de la futilidad de ofrecer oraciones sino que menosprecia una mentalidad esclava. Un buddhista no debería rezar para ser salvado, sino que debería confiar en sí mismo y ganarse su libertad.

“Las oraciones adquieren un carácter de comunicaciones privadas, negociaciones egoístas con Dios. Persiguen objetos de ambición terrenal e inflaman el sentido del yo. La meditación, por el contrario, es cambio personal.”[1]

En el Buddhismo no existe, como en la mayoría de otras religiones, un Dios Poderoso a ser obedecido y temido. El Buddha no cree en un potentado cósmico, omnisciente y omnipresente. En el Buddhismo no hay revelaciones divinas ni mensajeros divinos. Un buddhista, por lo tanto, no es servil a ningún poder superior sobrenatural que controla su destino y que arbitrariamente premia y castiga. En la medida en que los buddhistas no creen en las revelaciones de un ser divino, el Buddhismo no reclama el monopolio de la verdad y no condena a ninguna otra religión. Pero el Buddhismo reconoce las infinitas posibilidades latentes del hombre y enseña que el hombre puede obtener la liberación del sufrimiento por sus propios esfuerzos e independientemente de ayudas divinas o sacerdotes mediadores.

El Buddhismo, por consiguiente, no puede denominarse estrictamente religión porque ni es un sistema de fe y culto ni está justificado “el acto externo o forma por la cual los hombres muestran su reconocimiento a la existencia de un Dios o dioses que tienen poder sobre sus destinos y a quien obedecer, servir y honrar”.

Si por religión se entiende “una enseñanza que comporta una visión de la vida que es más que superficial, una enseñanza que investiga en la vida y no simplemente la contempla, una enseñanza que dota a los hombres de una guía de conducta acorde con esa consideración interna, una enseñanza que permite a aquellos que le prestan atención encarar la vida con fortaleza y la muerte con serenidad, o un sistema para librarse de los males de la vida, entonces, es ciertamente la religión de religiones.

[1] Sri Radhakrishnan