¿Cómo se alcanza el Nirvana?

Siguiendo el Noble Óctuple Sendero que consiste en la Recta Visión (sammā-diṭṭhi), el Recto Pensamiento (sammā-saṅkappa), la Recta Palabra (sammā-vācā), la Recta Acción (sammā-kammanta), los Rectos Medios de Vida (sammā-ājīva), el Recto Esfuerzo (sammā-vāyāma), la Recta Atención (sammā-sati) y la Recta Concentración (sammā-samādhi).”

1) La Recta Visión (o recto entendimiento), que es la clave del buddhismo, se explica como el conocimiento de las Cuatro Nobles Verdades. Tener una recta visión significa entender las cosas tal y como son realmente y no como aparentan ser. Esto se refiere, en primer lugar, a la recta visión de uno mismo porque, como afirma el Sutta Rohitassa: “Dependiente de este cuerpo de una brazada de largo con su consciencia” son las cuatro Verdades. En la práctica del Noble Óctuple Sendero, la Recta Visión está al principio, así como al final. Se necesita un mínimo grado de Recta Visión justo al principio porque proporciona la motivación correcta para los otros siete factores del Sendero y les da la dirección correcta. A la culminación de la práctica, la Recta Visión ha madurado hasta la perfecta Sabiduría Interior (vipassanā-paññā), que lleva directamente a los Estados de Santidad.

2) La Recta Visión, que supone una visión clara, conduce al pensamiento claro. El segundo factor del Óctuple Noble Sendero es, por lo tanto, el Recto Pensamiento o recta intención (sammā-saṅkappa), que sirve al doble propósito de eliminar los malos pensamientos y desarrollar los pensamientos puros. El Recto Pensamiento, en esta particular conexión, es triple. Consiste en:

   1. Nekkhamma – Renuncia a los placeres mundanos o virtud del altruismo, que se opone al apego, el egoísmo y la posesividad.

   2. Avyāpāda – Buena voluntad o amor benevolente, que se opone al odio, la malevolencia o la aversión.

   3. Avihiṁsā – Inocuidad o compasión, que se opone a la crueldad y la insensibilidad.

3) El Recto Pensamiento lleva a la Recta Palabra, el tercer factor. Esto incluye la abstinencia de falsedad, de calumnia, del uso de palabras disonantes y de la charla frívola.

4) A la Recta Palabra debe seguir la Recta Acción que conlleva la abstinencia de matar, de robar, así como evitar la mala conducta sexual.

5) Empezando por purificar sus pensamientos, palabras y actos, el peregrino espiritual intenta purificar sus Medios de Vida, absteniéndose de los cinco tipos de actividad que les están prohibidos a un discípulo laico. Estos son el comercio de armas, de seres humanos, de animales para el sacrificio, de bebidas intoxicantes y drogas, y de venenos.

Para los monjes, el modo de vida incorrecto consiste en la conducta hipócrita y los medios incorrectos de obtener los artículos necesarios para la vida del monje.

6) La Diligencia o Recto Esfuerzo Recto es cuádruple, a saber:

    1. el esfuerzo por deshacerse del mal que ya se ha presentado.

    2. el esfuerzo por prevenir que surja el mal que aún no se ha presentado.

    3. el esfuerzo por desarrollar el bien que aún no se ha presentado.

    4. el esfuerzo por promover el bien que ya se ha presentado.

7) La Recta Atención es atención constante en lo que se refiere al cuerpo, las sensaciones, los pensamientos y los objetos mentales.

8) El Recto Esfuerzo y la Recta Atención conducen a la Recta Concentración. Se trata de la agudeza mental, la culminación en los jhānas o absorciones meditativas.

De estos ocho factores del Noble Óctuple Sendero, los dos primeros se agrupan bajo el título de Sabiduría (paññā), los tres siguiente bajo el de Moralidad (sīla), y los tres últimos bajo el de Concentración (samādhi). Pero, según el orden de desarrollo, la secuencia es como sigue:

1. Disciplina moral (sīla)

    Recta Palabra

    Recta Acción

    Rectos Medios de Vida

2. Concentración (samādhi)

    Recto Esfuerzo

    Recta Atención

    Recta Concentración

3. Sabiduría (paññā)

    Recta Visión

    Recto Pensamiento

La Disciplina moral (sīla) es el primer estadio en este camino al Nirvana.

Sin matar o causar heridas a criatura viviente alguna, el hombre debería amar y tener compasión por todos, incluso de los seres más diminutos que se arrastran a sus pies. Absteniéndose de robar, debería ser honesto y actuar con rectitud en todos sus tratos. Evitando la mala conducta sexual que degrada la exaltada naturaleza humana, el hombre debería ser puro. Rechazando el uso del falso discurso, debería ser sincero. Prescindiendo de las bebidas perniciosas que fomentan la negligencia, debería permanecer sobrio y diligente.

Estos principios elementales de comportamiento regulado son esenciales para el que sigue el camino al Nirvana. La violación de ellos significa la introducción de obstáculos en el camino que obstruirán su progreso moral. La observancia de ellos significa progreso estable y fluido a lo largo del sendero.

El peregrino espiritual, disciplinando así sus palabras y actos, puede dar un paso adelante e intentar controlar sus sentidos.

Mientras progresa lenta y constantemente con palabras y actos medidos y sentidos moderados, la fuerza kármica de este esforzado aspirante puede empujarle a renunciar a los placeres mundanos y adoptar la vida ascética. Entonces le viene la idea de que:

   “Un rincón de lucha es la vida hogareña,

   Llena de afanes y necesidades;

   Pero libre y alta como el cielo abierto

   Es la vida que lleva el sin hogar”.

No debería entenderse que se espera de todo el mundo que lleve la vida de un bhikkhu (monje) o una vida célibe para alcanzar su objetivo. El progreso espiritual de la persona se agiliza siendo un bhikkhu, aunque, como seguidor laico, uno puede llegar a ser un arahant. Tras alcanzar el tercer estadio de santidad, la persona lleva una vida de celibato.

Asegurando unos sólidos cimientos en el terreno de la moralidad, el peregrino en progresión se embarca entonces en la práctica superior de samādhi, el cultivo del control de la mente -la segunda etapa en este Sendero-.

Samādhi es la “agudización de la mente”. Es la concentración de la mente en un objeto excluyendo por completo toda cosa irrelevante.

Hay diferentes objetos de meditación según los temperamentos de los individuos. La concentración en la respiración es con la que más fácilmente se consigue la focalización de la mente. La meditación en el amor benevolente es muy beneficiosa ya que conduce a la paz mental y a la felicidad.

El cultivo de los cuatro estados sublimes o inconmensurables -amor benevolente (mettā), compasión (karuṇā), alegría altruista (muditā) y ecuanimidad (upekkhā)- es altamente recomendable.

Después de considerar detenidamente el objeto de contemplación, cada uno debería elegir aquel más adecuado a su temperamento. Una vez que éste ha sido establecido a satisfacción, el individuo hace un esfuerzo persistente por enfocar la mente hasta llegar a estar tan enteramente absorto e interesado en el objeto, que todos los demás pensamientos quedan inmediatamente excluidos de la mente. Los cinco obstáculos al progreso, a saber: el ansia por el placer de los sentidos; el odio o malos sentimientos hacia los demás; la pereza, somnolencia o acciones sin concentración; la inquietud o inhabilidad para calmar la mente; y la duda o falta de convicción o confianza, son entonces temporalmente inhibidos. Finalmente, la persona logra la concentración extática y, para su indescriptible felicidad, se envuelve en jhāna o absorción mental, disfrutando la calma y serenidad de la mente focalizada.

Cuando uno logra esta perfecta agudeza mental, es posible desarrollar los cinco poderes supra-normales (abhiññā): la visión divina (dibbacakkhu), el oído divino (dibbasota), la rememoración de nacimientos pasados (pubbenivāsānussati-ñāna), la lectura de pensamiento (paracitta vijānana) y los distintos poderes psíquicos (iddhividha). No debe entenderse que estos poderes supra-normales son esenciales para la Santidad.

Aunque la mente está ahora purificada, todavía permanece allí latente la tendencia a darle rienda suelta a sus pasiones, Aunque, mediante la concentración, las pasiones son adormecidas temporalmente, éstas pueden salir a la superficie en los momentos más inesperados.

Tanto el Esfuerzo como la Concentración son útiles para despejar el Sendero de sus obstáculos, pero es sólo la Sabiduría Interior o Visión Cabal (vipassanā paññā) la que permite que las cosas se vean tal y como son en realidad y alcanzar por consiguiente el objetivo final, aniquilando completamente las pasiones mediante samādhi. Ésta es la tercera y última etapa del Sendero al Nirvana.

Con esta mente agudizada que parece ahora un espejo brillante, una persona mira al mundo para obtener una recta visión de la vida. Mire adonde mire, no ve más que las tres características o sellos de la realidad –anicca (impermanencia), dukkha (insatisfactoriedad) y anattā (insustancialidad)- puestos de relieve. Comprende que la vida está cambiando constantemente y que todas las cosas condicionadas son transitorias. Ni en el cielo ni en la tierra encuentra felicidad sincera, pues toda forma de placer es preludio de dolor. Lo que es transitorio es, por lo tanto, doloroso, y donde prevalecen cambio y sufrimiento no puede existir un alma inmortal permanente.

Con lo cual, de estas tres características, elige la que más le atrae y continúa desarrollando intensamente la Sabiduría Interior en esa dirección particular hasta que llegue para él ese glorioso día en que habrá de comprender el Nirvana por primera vez en su vida, habiendo destruido las tres ataduras -la creencia en el sí mismo (sakkāya-diṭṭhi), la duda escéptica (vicikicchā) y la adhesión a ritos y ceremonias equivocados (sīlabbata-parāmāssa)-.

En esta etapa a la persona se la denomina Sotāpanna (el que gana la corriente) -alguien que ha entrado en la corriente que conduce al Nirvana-. Como no ha erradicado todas las ataduras, renace siete veces como máximo.

Armado de renovado valor, como resultado de su atisbo del Nirvana, el peregrino hace un rápido progreso y, cultivando una Sabiduría Interior aún más profunda, llega a ser Sakadāgāmi (el que retorna una vez) al debilitar dos ataduras más -a saber, el deseo sensual (kāmarāga) y la mala voluntad o malevolencia (paṭigha). Se le llama Sakadāgāmi porque renace en la Tierra sólo una vez en caso de no alcanzar la calidad de arahant.

Es en el tercer estadio de santidad –Anāgāmi (el que nunca regresa)- en el que el peregrino elimina completamente las dos ataduras antes citadas. A partir de entonces, ni retorna a este mundo ni busca nacimiento en los dominios celestiales, puesto que ya no tiene deseo por los placeres sensuales. Después de la muerte, renace en las Moradas Puras (Suddhāvāsa), un amigable plano análogo al cielo de Brahma, hasta que alcanza la calidad de arahant.

Ahora, el peregrino santificado, alentado por el éxito sin precedentes de sus esfuerzos, hace su progreso final y, destruyendo las ataduras restantes, a saber, la avidez por la vida en la esfera de las formas o material (rūparāga) y en la esfera de lo sin forma o inmaterial (arūparāga), el orgullo (māna), la agitación mental (uddhacca) y la ignorancia (avijjā), se convierte en un Santo perfecto: un arahant, una dignidad.

Instantáneamente, es consciente de que lo que tenía que cumplirse se ha cumplido, de que una pesada carga de dolor ha cedido, que todas las formas de apego han sido totalmente aniquiladas, y que el Camino al Nirvana ha sido recorrido. La Dignidad se eleva a alturas más que celestiales, muy distante de las pasiones rebeldes y las vilezas del mundo, comprendiendo la indescriptible dicha del Nirvana y, como muchos arahants antiguos, lanzando ese himno de alegría:

   “Buena voluntad y sabiduría, mente adiestrada con método,

   La más elevada conducta en buena moral basada,

   Esto hace a los mortales puros, no el rango o la riqueza.”

Como afirma T.H. Huxley, “el buddhismo es un sistema que no conoce Dios en el sentido occidental, que deniega un alma al hombre, que considera un gran error la creencia en la inmortalidad, que no reconoce eficacia alguna en la oración y el sacrificio, que invita a los hombres -que en su pureza original nada sabían de votos de obediencia y nunca pidieron la ayuda de un brazo secular- a no esperar nada sino de sus propios esfuerzos para la salvación; aun así, se extiende por medio mundo con asombrosa rapidez -y es el credo dominante de una amplia fracción de la humanidad-.”

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