En la luna llena de mayo, en el año 623 a.C. nació en Lumbini un príncipe sakya llamado Siddhattha Gotama, que estaba destinado a ser el más grande maestro religioso del mundo. Criado en el seno del lujo y habiendo recibido una educación adecuada a un príncipe, se casó y tuvo un hijo.
Su naturaleza contemplativa y compasión sin límites no le permitieron disfrutar de los placeres materiales efímeros de su condición real. Aunque no tuvo que soportar penas ni aflicciones, se compadeció profundamente del dolor de la humanidad. En medio del confort y la prosperidad, se dio cuenta de la universalidad del dolor. El palacio, con todos los entretenimientos mundanos, dejó de ser un lugar agradable para el príncipe compasivo y llegó el momento oportuno para su marcha. Comprendiendo la vanidad de los placeres sensuales, a sus veintinueve años renunció a todos los placeres mundanos y, vistiéndose con el simple atuendo amarillo de un asceta, solo, sin dinero, se fue en busca de la Verdad y la Paz.
Se trató de una renuncia histórica sin precedentes ya que renunció no en su vejez sino en la flor de la vida, y no en la pobreza sino en la abundancia. Siguiendo la creencia de la época de que no podía obtenerse la liberación a menos que se llevara una vida de estricto ascetismo, practicó enérgicamente todas las formas de austeridad severa. “Sumando vigilia tras vigilia, y penitencia tras penitencia” llevó a cabo un esfuerzo sobrehumano durante seis largos años.
Su cuerpo quedó reducido a poco más que un esqueleto. Cuanto más atormentaba su cuerpo, sus objetivos quedaban más lejos. Las austeridades penosas, pero sin éxito, que practicó con decisión se probaron absolutamente inútiles. Ahora, estaba completamente convencido por experiencia personal de la completa inutilidad de la auto-mortificación, que había debilitado su cuerpo y dado como resultado la lasitud del espíritu.
Aprovechando esta incalculable experiencia suya, finalmente decidió seguir un camino independiente, evitando los dos extremos que suponen la auto-indulgencia y la auto-mortificación. La primera retrasa el propio progreso espiritual y la segunda debilita el propio intelecto. El nuevo camino que él mismo descubrió era el Camino Medio, Majjhimā Paṭipadā, que llegó a ser posteriormente una de las características sobresalientes de su Enseñanza.
Una mañana feliz, mientras estaba profundamente absorto en meditación, sin ayuda ni guía de ningún poder sobrenatural, apoyado simplemente en sus esfuerzos y sabiduría, erradicó todos los estigmas, se purificó a sí mismo y, comprendiendo las cosas tal y como son, alcanzó el despertar (la buddheidad) a la edad de 35 años. No había nacido como un buddha -despierto o iluminado-, pero se convirtió en el Buddha por sus propios esfuerzos. Como perfecta encarnación de todas las virtudes, predicó; dotado de una profunda sabiduría acorde a su compasión infinita, dedicó el resto de su preciosa vida a servir a la humanidad tanto con su ejemplo como con su precepto, sin estar dominado por interés personal alguno.
Tras un muy fructífero ministerio de 45 largos años, el Buddha, como cualquier otro ser humano, sucumbió a la inexorable ley del cambio y, finalmente, murió a los 80 años, exhortando a sus discípulos a considerar su doctrina como su maestro.
El Buddha fue un ser humano. Como hombre nació, como hombre vivió y como hombre su vida llegó a su fin. Aún siendo humano, llegó a ser un hombre extraordinario (acchariya manussa), pero nunca se arrogó ningún tipo de divinidad. El Buddha puso énfasis en este punto importante para no dar lugar a que alguien cayera en el error de pensar que él era un ser divino inmortal. Afortunadamente, no hay deificación en el caso del Buddha. Sin embargo, debería remarcarse que nunca hubo Maestro “tan irreligioso como el Buddha y, sin embargo, tan parecido a dios”.
El Buddha no es ni una encarnación del dios hindú Vishnú, como fue creído por algunos, ni un salvador que libremente redimiera a otros mediante su salvación personal. El Buddha exhorta a sus discípulos a depender de sí mismos para su liberación, para que tanto su pureza como su demérito dependan de sí mismos. Clarificando su relación con sus seguidores y haciendo hincapié en la importancia de la confianza en uno mismo y del esfuerzo individual, el Buddha afirma con claridad: “Sois vosotros los que deberíais esforzaros, sólo los tathāgatas son los maestros”.
Los buddhas señalan el camino y se nos deja a nosotros seguir ese camino para obtener nuestra purificación.
Depender de otros para la salvación es negativo, pero depender de uno mismo es positivo. La dependencia de otros significa una claudicación de los propios esfuerzos.
Exhortando a los discípulos a ser auto-dependientes, el Buddha dice en el Parinibbāna Sutta: “sed vosotros mismos una isla para vosotros, sed vuestro propio refugio y no busquéis vuestro refugio en otros” Estas elocuentes palabras son enaltecedoras en sí mismas. Revelan cuán vital es el propio esfuerzo para cumplir los propósitos y cómo de fútil y superficial es buscar la redención por medio de salvadores benignos y ansiar la felicidad ilusoria después de la vida mediante la propiciación de dioses imaginarios o plegarias sin respuesta y sacrificios carentes de sentido.
Más aún, el Buddha no reivindica el monopolio de la buddheidad que, de hecho, no es prerrogativa de ninguna persona especialmente agraciada. Él alcanzó el más alto estado posible de perfección al que una persona pueda aspirar y, sin la severidad del maestro, reveló el único camino directo que conduce a ese estado. Según la Enseñanza del Buddha, cualquiera puede aspirar a tal estado supremo de perfección si hace el esfuerzo necesario. El Buddha no condena a los hombres llamándoles malditos pecadores, sino que, por el contrario, les llena de gozo diciéndoles que son puros de corazón en su concepción. En su opinión, el mundo no es perverso sino que está confundido por la ignorancia. En lugar de descorazonar a sus seguidores y reservarse para sí ese estado de exaltación, les anima y les induce a imitarle, dado que la buddheidad está latente en todos. En cierto modo, todos somos buddhas potenciales.
Uno que aspira a convertirse en buddha es llamado “bodhisatta” que, literalmente, significa “ser de sabiduría”. Este bodhisatta ideal es el más hermoso y más refinado rumbo de la vida que jamás haya sido presentado a este mundo egocéntrico, por cuanto es más noble que una vida de servicio y pureza.
Como hombre, él alcanzó la buddheidad y proclamó al mundo las impensables posibilidades latentes y el poder creativo del hombre. En lugar de poner sobre el hombre un dios todopoderoso invisible que arbitrariamente controlase los destinos del género humano, y convertir a los hombres en serviles ante un poder supremo, él elevó el valor del género humano. Fue él quien enseñó que el hombre puede ganar su liberación y purificación por sus propios esfuerzos sin depender de un dios externo ni de la mediación de sacerdotes. Fue él quien enseñó al mundo egocéntrico el noble ideal del servicio desinteresado. Fue él quien se rebeló contra el degradante sistema de castas y enseñó la igualdad de los seres humanos y dio las mismas oportunidades a todos para hacerse personas singulares sea cual fuere el tipo de persona.
Declaró que las puertas del éxito y la prosperidad estaban abiertas a todos los que, en todas las condiciones de la vida, alta o baja, santa o criminal, se preocuparan por hacer borrón y cuenta nueva y aspiraran a la perfección.
Independientemente de la casta, color o clase, él estableció tanto para hombres como para mujeres meritorios una orden célibe constituida democráticamente. No forzó a sus seguidores a ser esclavos ni de sus enseñanzas ni de sí mismo, sino que les concedió completa libertad de pensamiento.
Confortó a los afligidos con sus palabras de consuelo. Asistió a los enfermos abandonados. Ayudó a los pobres que estaban descuidados. Ennobleció las vidas de los engañados, purificó las corruptas vidas de los criminales. Animó a los débiles, unió a los divididos, iluminó al ignorante, clarificó al místico, guió al confundido, elevó a las bases, dignificó al noble. Ricos y pobres, santos y criminales le querían por igual. Reyes déspotas y justos, eruditos famosos y oscuros, y humildes, pobres indigentes, personas oprimidas que buscaban su sustento en la basura, asesinos viles, cortesanas despreciadas –todos se beneficiaron de sus palabras de sabiduría y compasión-.
Su noble ejemplo fue fuente de inspiración para todos. Su semblante pacífico y sereno fue una visión tranquilizadora para los ojos piadosos. Su mensaje de paz y tolerancia fue bienvenido por todos con gozo indescriptible y fue de eterno beneficio para todos aquellos que tuvieron la fortuna de escucharlo y practicarlo.
Allá donde sus Enseñanzas penetraron dejaron una impresión indeleble sobre el carácter de las respectivas gentes. El avance cultural de todas las naciones buddhistas fue debido principalmente a sus sublimes Enseñanzas. De hecho, todos los países buddhistas como Sri Lanka, Myanmar, Tailandia, Camboya, Vietnam, Laos, Nepal, China, Mongolia, Corea, Japón, etc. crecieron en la cuna del buddhismo. Aunque han transcurrido más de 2600 años desde la muerte de su más grande Maestro, todavía su personalidad única ejerce una gran influencia sobre todos aquellos que se acercan a conocerle.
Su voluntad de acero, profunda sabiduría, amor universal, compasión infinita, servicio desinteresado, renuncia histórica, pureza perfecta, personalidad magnética, métodos ejemplares empleados para propagar las Enseñanzas y su éxito final, todos estos factores han impulsado a aproximadamente un quinto de la población del mundo, en la actualidad, a aclamar al Buddha como su Maestro religioso supremo.
Haciendo un encendido homenaje al Buddha, Sri Radhakrishnan declara: “En el Buddha Gotama, tenemos una insuperable mente oriental en lo que respecta a la influencia sobre el pensamiento y la vida de la raza humana, siendo venerado por todos como fundador de una tradición religiosa cuyo dominio no es menos amplio y profundo que cualquier otro. Pertenece a la historia del pensamiento del mundo, a la herencia general de todos los hombres cultivados, pues juzgado con integridad intelectual, seriedad moral y entendimiento espiritual, es indudablemente una de las grandes figuras de la Historia”.
En “The Three Greatest Men in History” H.G. Wells escribe: “En el Buddha se ve claramente a un hombre, simple, devoto, -luchando en solitario por encontrar la luz- una vívida personalidad humana, no un mito. Dio un mensaje al ser humano universal como si para él mismo se tratara. Muchas de nuestras mejores ideas modernas están en estrecha armonía con ese mensaje. Todas las miserias y descontentos se deben, enseñó, al egoísmo. Antes de que un hombre pueda llegar a serenarse, debe dejar de vivir para sus sentidos o para sí mismo. Entonces, se une a un gran ser. El Buddha, en un lenguaje diferente, hizo una llamada al desprendimiento, al no egoísmo, 500 años antes de Cristo. En cierto sentido, está más cerca de nosotros y de nuestras necesidades. Sobre nuestra importancia individual, fue más lúcido que Cristo, y sobre la cuestión de la inmortalidad personal, menos ambiguo”.
St. Hilaire señala: “El modelo perfecto de todas las virtudes que predica… su vida no tiene una sola mancha al respecto”.
Fausball dice: “Cuanto más le conozco, más le amo”.
Un humilde seguidor suyo diría: “Cuanto más le conozco, más le amo; cuanto más le amo, más sé de él.”