o Ley de Causación Moral
Nos enfrentamos a un mundo completamente desequilibrado. Percibimos las desigualdades y múltiples destinos de los hombres y los numerosos rangos de seres que existen en el universo. Vemos cómo uno nace en la opulencia, dotado de unas buenas cualidades mentales, morales y físicas y otro en una abyecta pobreza y miseria. He aquí un hombre virtuoso y santo pero, contrariamente a sus expectativas, el infortunio está siempre preparado para saludarle. El perverso mundo corre en contra de sus ambiciones y deseos. Es pobre y miserable a pesar de su honestidad y piedad. Hay otro vicioso y estúpido, pero considerado un amante de la suerte. Es recompensado con todas las formas de favores, a pesar de sus defectos y malos modos de vida.
Uno podría preguntarse ¿Por qué razón tendría uno que ser inferior y otro superior? ¿Por qué tendría uno que ser arrancado de las manos de una madre cariñosa cuando apenas ha visto unas pocas primaveras, y otro perecer en la flor de la vida, o a la edad madura de ochenta o cien? ¿Por qué razón tendría uno que estar enfermo, y otro ser fuerte y saludable? ¿Por qué debería uno ser guapo y apuesto, y otro feo y espantoso, repulsivo para todos? ¿Por qué tendría uno que ser criado en el regazo del lujo, y otro en la absoluta pobreza, macerado en la miseria? ¿Por qué razón tendría uno que nacer millonario y otro pobre? ¿Por qué tendría uno que ser un prodigio mental, y otro un idiota? ¿Por qué tendría uno que nacer con características de santidad, y otro con tendencias criminales? ¿Por qué tendrían algunos que ser lingüistas, artistas, matemáticos o músicos desde la misma cuna? ¿Por qué razón tendrían unos que estar bendecidos y otros malditos desde su nacimiento?
Estos son algunos problemas que dejan perplejas las mentes de todos los hombres que piensan. ¿Cómo explicar todos estos desequilibrios del mundo, estas desigualdades del género humano?
¿Es esto obra del azar ciego o es accidental?
No hay nada en este mundo que ocurra por casualidad o por accidente. Decir que algo ocurre por azar no es más cierto que decir que este texto ha llegado aquí por sí mismo. Estrictamente hablando, al hombre no le ocurre nada que no se merezca por una razón u otra.
¿Podía ser el decreto de un creador irresponsable?
Huxley escribe: “Si asumiéramos que alguien ha establecido premeditadamente la marcha de este maravilloso universo, para mí, está perfectamente claro que ha dejado completamente de ser benevolente y que, más bien, por utilizar un sentido inteligible de las palabras, es malévolo e injusto”.
Según Einstein, “Si este ser (Dios) es omnipotente, entonces cada acontecimiento, incluyendo todas las acciones humanas, todos los pensamientos humanos, y cada sentimiento y aspiración humanos, también son cosa suya; ¿cómo es posible pensar en hombres responsables de sus actos y pensamientos ante tal Ser Todopoderoso?»
“Repartiendo castigos y recompensas, en cierta medida, él se estaría juzgando a sí mismo. ¿Cómo puede ser esto compatible con la de bondad y rectitud que se le atribuyen?”
“Según los principios teológicos, el hombre es creado arbitrariamente y sin desearlo, y en el momento de su creación es bendecido o condenado eternamente. De ahí, el hombre es bueno o malo, afortunado o desgraciado, noble o depravado, desde el primer escalón de su creación física hasta el momento de su último suspiro, independientemente de sus deseos individuales, esperanzas, ambiciones, esfuerzos o devotas oraciones. Se trata del fatalismo teológico”. (Spencer Lewis)
Como dice Charles Bradlaugh: “La existencia del mal es un terrible escollo para el teísta. El dolor, la miseria, el crimen, la pobreza confrontan con el que aboga por la bondad eterna y desafían con fuerza irrefutable a su declaración de la Deidad como todo-bondad, todo-sabiduría y todo-poder”.
En palabras de Schopenhauer: “Cualquiera que, teniendo en cuenta que la vida es un don, considere que ha salido de la nada, debe pensar que al ser despojado de aquel don por la muerte, vuelve a la nada de donde salió; puesto que el que haya transcurrido hasta el momento de su existencia una eternidad, es decir, un tiempo infinito, y que, a partir de su muerte, empiece una segunda eternidad a lo largo de la cual nunca cesará de existir, es un pensamiento monstruoso”.
“Si el nacimiento es el principio absoluto, entonces la muerte debe ser su absoluto final; y el supuesto de que el hombre esté hecho de la nada lleva necesariamente al de que la muerte sea el final absoluto”.
Comentando sobre el sufrimiento humano y Dios, el profesor J.B.S. Haldane escribe: “O bien el sufrimiento es necesario para perfeccionar el carácter humano, o Dios no es Todopoderoso. La primera teoría queda descartada por el hecho de que algunas personas que han sufrido muy poco, pero han sido afortunadas en su ascendencia y educación, tienen rasgos muy refinados. La objeción a la segunda teoría es que, con respecto a la consideración del universo como un todo, hay una laguna intelectual que sólo puede llenarse con el postulado de una deidad. Y un creador podría, presumiblemente, crear cualquier cosa que él o ello quisiese”.
Lord Russell afirma: “El mundo, se nos ha contado, fue creado por un dios que es tanto bueno como omnipotente. Antes de que creara al mundo, previó todo el dolor y miseria que contendría. Él es, por lo tanto, responsable de todo ello. Es inútil discutir que el dolor en el mundo es debido al pecado. Si Dios sabía de antemano los pecados de los que el hombre sería culpable, Él era claramente responsable de todas las consecuencias de esos pecados cuando decidió crear al hombre”.
En “Desesperación”, un poema escrito ya en su vejez, Lord Tennyson ataca audazmente a Dios, quien, como está escrito en Isaías, dice: “Yo hago la paz y origino el mal” (Isaías, xiv, 7).
“¡Qué! ¿Debería apelar a ese amor infinito que tan bien nos ha servido?
Crueldad infinita, más bien, que ideó el infierno eterno,
Nos creo, nos preconcibió, nos condenó de antemano,
y hace lo que quiere con lo que le pertenece.
Mejor a nuestra madre muerta que nunca nos ha oído gemir”.
Seguramente, “la doctrina de que todos los hombres son pecadores y llevan el pecado original de Adán es un desafío a la justicia, la misericordia, el amor y la justicia omnipotente”.
Algunos escritores de la antigüedad declararon con autoridad que Dios creó al hombre a su propia imagen. Algunos pensadores modernos afirman, por el contrario, que el hombre creó a Dios a su propia imagen. Con el desarrollo de la civilización, el concepto humano de Dios también quedó cada vez más definido.
Sin embargo, es imposible concebir un ser tal, sea dentro o fuera del universo.
¿Pudiera deberse la diferenciación entre los seres humanos a factores de herencia o de entorno? Debe admitirse que unos fenómenos físico-químicos tales, revelados por los científicos, son parcialmente instrumentales, pero no pueden ser responsables en solitario de las distinciones sutiles y las vastas diferencias que existen entre los individuos. Además, ¿por qué gemelos idénticos, físicamente parecidos, que han heredado los mismos genes y que han disfrutado de la misma educación, son con frecuencia totalmente diferentes en temperamento, moralidad e intelectualidad?
La herencia no puede explicar por sí misma estas enormes diferencias. Estrictamente hablando, la herencia supone una explicación más plausible para las similitudes que para la mayoría de las diferencias. El infinitesimalmente diminuto germen químico-físico, de aproximadamente una treinta millonésima parte de una pulgada, heredado de los padres, explica sólo una porción del hombre, su fundamente físico. En cuanto a las más sutiles diferencias mentales, intelectuales y morales, necesitamos más luz. La teoría de la herencia no puede proporcionar una explicación satisfactoria al nacimiento de un criminal tras una larga lista de honorables ancestros, al nacimiento de un santo o un noble en una familia de mala reputación, a la aparición de niños prodigio, genios y grandes maestros religiosos.
Según el buddhismo, esta variación se debe no sólo a la herencia, al entorno, “naturaleza y educación”, sino también a nuestro propio karma o, en otras palabras, al resultado heredado de nuestras propias acciones pasadas y nuestros actos presentes. Nosotros mismos somos los responsables de nuestros actos, felicidad y miseria. Construimos nuestros propios infiernos. Creamos nuestros propios cielos. Somos los arquitectos de nuestro propio destino. En definitiva, nosotros mismos somos nuestro propio karma.
Según se recoge en el sutta Cūlakamma Vibhanga (Majjhima Nikāya, Nº 135), en una ocasión, cierto joven llamado Subha se acercó al Buddha y le preguntó por qué, cuál era el motivo de que entre los seres humanos existiesen estados elevados e inferiores.
“Pues”, continuó, “encontramos entre los seres humanos a aquellos de vida breve y de larga vida, los saludables y los enfermos, los bien parecidos y los feos, los poderosos y los que no tienen poder alguno, los pobres y los ricos, los de alta y baja cuna, los ignorantes y los inteligentes”.
El Buddha replicó sucintamente: “Cada criatura tiene el karma como propiedad, como herencia, como causa, como origen, como refugio. El karma es lo que diferencia a los seres sintientes en estados bajos y elevados”.
Explicó entonces la causa de tales diferencias según la Ley de Causación Moral.
Así, desde un punto de vista buddhista, nuestras presentes diferencias mentales, intelectuales, morales y temperamentales se deben, principalmente, a nuestras propias acciones y tendencias, tanto pasadas como presentes.
Kamma en lengua pali, literalmente, significa acción; pero, en su sentido último, significa acción intencional meritoria y demeritoria (kusala akusala cetanā). El karma constituye tanto el bien como el mal. El bien produce bien. El mal produce mal. Lo igual atrae lo igual. Ésta es la ley del karma.
Como algunos occidentales prefieren decir: el karma es “la influencia de la acción”. Recogemos lo que sembramos. Lo que sembramos lo recogemos en algún sitio o en algún momento. En un sentido, somos el resultado de lo que fuimos; seremos el resultado de lo que somos. En otro sentido, no somos totalmente el resultado de lo que fuimos; no seremos absolutamente el resultado de lo que somos. Por ejemplo, un criminal hoy puede ser un santo mañana.
El buddhismo atribuye esta variación al karma, pero no afirma que todo se deba al karma.
Si todo se debiese al karma, un hombre sería siempre malo, pues su karma es el de hombre malo. Otro hombre no tendría que visitar a un médico para ser curado de una enfermedad, pues si ese fuera su karma, ese hombre se curaría.
Según el buddhismo, existen cinco órdenes o procesos (niyāmas) que operan en las esferas de lo físico y lo mental:
1. Kamma niyāma: orden de acto y consecuencia, por ejemplo, actos deseables o indeseables producen los correspondientes buenos o malos resultados.
2. Utu niyāma: orden físico (inorgánico), por ejemplo, fenómenos estacionales de vientos y lluvias.
3. Bīja niyāma: orden de los gérmenes y semillas (orden orgánico-físico); por ejemplo, el arroz producido por semillas de arroz, el sabor dulce de la caña de azúcar o la miel, etc. La teoría científica de las células y genes y la semejanza entre hermanos gemelos son ejemplos de este orden.
4. Citta niyāma: orden de la mente o ley psíquica, por ejemplo, procesos de la consciencia (citta vīthi), poder de la mente, etc.
5. Dhamma niyāma: orden de la norma, por ejemplo, los fenómenos naturales que ocurren cuando adviene un bodhisatta en su último nacimiento, la gravedad, etc.
Todos y cada uno de los fenómenos mentales o físicos podrían explicarse por estos cinco órdenes o procesos que todo lo abarcan y que son leyes en sí mismos.
El karma es, por lo tanto, sólo uno de los cinco órdenes que prevalecen en el universo. Se trata de una ley en sí misma, pero de ello no debe colegirse que deba de haber un legislador. Las leyes de la naturaleza corrientes, como la ley de gravitación, no necesitan de un legislador. Operan en su propio campo sin la intervención de un agente gobernante independiente.
Nadie, por ejemplo, ha decretado que el fuego tuviera que arder. Nadie ha ordenado que el agua tuviese que buscar su propio nivel. Ningún científico ha ordenado que el agua debiera consistir en H₂O, y que el frío debiera ser una de sus propiedades. Éstas son sus características intrínsecas. El karma no es ni destino ni predestinación impuesta a nosotros por algún poder misterioso desconocido al cual debemos someternos sin remedio. Son los propios actos reaccionando sobre uno mismo, y así uno tiene la posibilidad de desviar el curso del karma hasta cierto punto. En qué medida puede uno desviarlo, depende de uno mismo.
También debe decirse que términos como recompensa y castigo no deberían entrar en discusión respecto a la cuestión del karma, puesto que el buddhismo no reconoce a ningún Ser Todopoderoso que gobierne a sus súbditos y les recompense y castigue en consecuencia. Los buddhistas, por el contrario, creen que el dolor y la felicidad que una persona experimenta son el resultado natural de las propias buenas y malas acciones. Debería afirmarse que el karma contiene ambos principios, el contributivo y el retributivo.
Inherente al karma es la potencialidad de producir el efecto correspondiente. La causa produce el efecto; el efecto explica la causa. La semilla produce el fruto; la fruta explica la semilla y ambas están interrelacionadas. De la misma manera, el karma y su efecto están interrelacionados; “el efecto ya florece en la causa”.
Un buddhista que esté plenamente convencido de la doctrina del karma no le reza a otro para ser salvado, sino que, con seguridad, confía en sí mismo para su purificación porque esa doctrina enseña responsabilidad individual.
Es esta doctrina del karma la que le proporciona consuelo, esperanza, auto confianza y valor moral. Es esta creencia en el karma lo que le valida el esfuerzo, enciende su entusiasmo, le hace siempre amable, tolerante y considerado. Es también esta firme creencia en el karma lo que le induce a abstenerse del mal, a hacer el bien y a ser bueno sin estar amenazado por ningún castigo ni tentado por ninguna recompensa.
Es esta doctrina del karma la que puede explicar el problema del sufrimiento, el misterio del así llamado destino o predestinación de otras religiones y, sobre todo, todas las desigualdades del género humano.
El karma y el renacimiento son aceptados en el buddhismo como axiomáticos.